Colocando los libros en la buhardilla, he visto la portada de este librito, de
Ernest Hemingway, que adquirí en el Círculo de lectores, allá por 1980. La caja de los recuerdos se entreabre y dejo los libros por el suelo y me siento a releer. Las sensaciones son distintas. Ahora el libro desprende olor a viejo. Viejo, como Santiago el protagonista, que pelea hasta la extenuación contra un Swordfish enorme.
Al pasar sus páginas encuentro subrayada una frase “el hombre no está hecho para la derrota; un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”. Recuerdo el momento en el que con un lápiz diminuto, tracé esa irregular línea por debajo del texto; estaba tumbado en la terraza , era una tarde de verano y todos dormían.
La pelea del anciano pescador cubano, con el simbólico pez espada es extraordinaria, en ocasiones le lleva hasta la deseperación, pero nunca tira la toalla y siempre deja lugar a la esperanza.
Hemingway conocedor de los textos de Marx, estaba convencido de que el hombre es dueño de su propio destino y del mundo que le rodea, sibilinamente vuelca este pensamiento en el protagonista que cree que su destino puede y debe ser cambiado, aunque para ello sabe que tendrá que pelear con todas sus fuerzas.
Se producen situaciones límite, y es en esos momentos cuando valoramos cada cosa que tenemos, por insignificante que sea.
Hay un momento desesperado que el viejo agradece mucho la presencia de una simple golondrina que se posa en la barca. En otras circunstancias no hubiera reparado en ella, pero en las situaciones en las que no tenemos nada más, tenemos una perspectiva diferente.
Cuando aceptamos nuestro Mahtub, la resignación también debe formar parte de nosotros. Esto es lo que le ocurre a Santiago. No se da nunca por vencido, pero, a pesar de su colosal esfuerzo, el viejo acepta con entereza y dignidad la ley de la naturaleza.